Reencuentro en la cultura India
Toda esta cultura india resultaba muy nueva para mi. Después de mi llegada a Delhi en avión, me encontraba en un colectivo yendo a conocer una ciudad ubicada al norte del país con una israelí cuyo nombre era May, a quien había conocido en el aeropuerto.
Era de noche y el agotamiento me derrumbaba, aunque no podía conciliar el sueño por los bocinazos constantes, frenadas violentas y maniobras que me sacudían de un lado a otro. Se hicieron las siete de la mañana y finalmente habíamos llegado Dharamsala, una ciudad que contorneaba el borde de una montaña con casas muy coloridas y gran cantidad de pinos, en donde también vivía el Dalai Lama. En los alrededores había pequeños pueblos y fue así que junto a May tomamos un taxi y para ir a Dharamkot, una de las villas cercanas.
El taxista conducía de forma similar al colectivo, bocinando a las personas, vacas y monos que se cruzaban en el angosto camino que subía y bajaba ladeando precipicios. Todo eso sumado a la fuerte música india de la radio, hacia la combinación perfecta para mi introducción en esta nueva cultura india.
Una vez en Dharamkot me fui a dormir una siesta de varias horas mientras May se iba a ver unos amigos en Bagxo, otro de los pueblitos de los que yo ya confundía. Entre medio me mensajeaba con mi amiga chilena, Paulina quien conocí en Malasia y se encontraba en otro de los pueblos cercanos, Mcleong.
Al levantarme fui camino a Bagxo por el simple hecho de conocer pero sin la esperanza de encontrar a May. En el recorrido reconocí a dos chilenas por su acento español. Mientras ellas estaban de espalda les grite “chilenas” y ahí estaba, Paulina, con un vestido de colores indio que cubría la totalidad de su cuerpo como si estuviera transformada en una hindú. “¡¡¡¡Germannnn!!!!” Exclamó mientras me abrazaba, “No puedo creer que te vuelva a ver”
… “Yo tampoco”, respondí…
Caminamos mientras hablábamos y me propusieron parar en un pequeño café hippie que se encontraba en el camino. El lugar era pequeño con mesas aún más pequeñas y asientos en los que yo apenas cabía. A un costado, contra la pared, había dos indios tumbados que no se movían por todo lo que habían fumado, y al frente un europeo que parecía fuera de sí tocando un instrumento al compás de la música electrónica del lugar. También había un conejito asustadizo que correteaba por el suelo en busca de comida.
«¡Qué lindo lugar!”, me dice Paulina emocionada mientras pretendía atrapar el conejito. Yo la miré con cierto escepticismo. Me era evidente que no encajaba ahí como no lo hacía en mi asiendo, pero igual lo intentaba.
Pedimos un “Masala Tea” y nos pusimos a hablar de nuestro viaje desde la última vez que nos habíamos visto en Malasia. Paso más de hora y media y el té de Paulina estaba sin terminar y frío, ella realmente hablaba mucho.
Paulina: A veces para la mujer es más difícil viajar sola. En indonesia, cuando llegué del aeropuerto en Denpasar, contraté a un motociclista para que me llevara a Kuta. Cuando estábamos en camino él me hablaba y me decía que podía ir a su casa mientras me acariciaba la pierna. Yo sentía cierta impotencia por no poder hacer nada, nunca sabes a dónde te pueden llevar y tratando de no generar conflicto le seguís el juego.
Yo: Si, conozco Indonesia. Pasé dos situaciones en las que quedé enfrentado solo a varios tipos que me intimaban a que les pagué una cantidad de dinero que yo creía que no correspondía. Una de ellas fue en Medan, cerca del puerto en donde hay una villa bastante fea. Un sujeto me decía que le pague más de lo que acordamos y cuando le dije que no me insultaba de frente a pocos metros mientras por detrás se le iban sumando otros dos para defenderlo. Yo me les quedé parado mientras los miraba sin decir nada. Ninguno de ellos se acercó más y la discusión terminó allí. Lo cierto es que cuando me alejaba mis manos temblaban por el nerviosismo, miedo y adrenalina que me generó esa situación.
Paulina: Eso suena Heavy!
Yo: ¡Si, lo fue! ¿Vos tuviste alguna mala experiencia en India?
Paulina, con seriedad: Si claro que la tuve.
Yo, pensando que exageraba: ¿Qué te pasó?
Paulina: Estaba en Nueva Delhi, en un hostel en donde la habitación que alquilé estaba aislada, como siempre, era la más barata. El lugar era horrible, oscuro y lúgubre como en las películas de terror, pero sin los relámpagos de fondo. Un día me encontraba sola en el pasillo que daba a mi cuarto cuando un indio que entró de la calle comienza a hacerme preguntas y actuaba medio raro.
Yo, con cierta intriga: ¿Y qué te preguntaba?
Paulina: Cómo hospedarse en el hostel y cosas así. Yo le respondí que debía hablar en la recepción y él se fue. Al rato, estaba en mi cuarto con la puerta cerrada y el mismo hombre volvió y comenzó a golpear la puerta y pedirme que la abriera. Me decía “amiga” y me ofrecería de salir pagando todo. Yo estaba asustada y comencé a decirle que no lo conocía y que no quería saber nada con eso, pero el insistía e intentaba forzar la puerta. El tipo hasta tiraba dinero y sus tarjetas de crédito por debajo de la puerta para convencerme. Yo comencé a llorar, me sentía muy asustada porque tenía miedo de que me violara y desde mi celular empecé a llamar a la recepción para que me ayudaran.
Yo: ¡Wow, qué horrible! Había escuchado que para las mujeres la cultura India puede ser más peligroso. Yo no tengo numero de celular por lo que si me hubiera pasado algo parecido no me hubiera quedado otra alternativa que abrir la puerta.
Paulina: ¡Jajaja! Cuando le advertí que venían los de la recepción el comenzó a desesperarse. Me dijo que se iba a ir pero que le pasara las tarjetas de crédito. Yo me negué.
Yo: ¿Por qué te negaste?
Paulina: Porque ahí tenía su nombre y así lo podía buscar para demandarlo.
Yo: ¿Y qué pasó?
Paulina: Él se fue y al poco tiempo llegaron los de recepción diciendo que les abriera la puerta. Yo aún estaba asustada y llorando, ni siquiera me animaba a abrirles a ellos. Me preguntaron si quería que lo fueran a buscar y dije que sí. No pasó mucho, y para mi sorpresa, me dijeron que lo habían agarrado. Fui con ellos hasta la recepción para confirmar si era él y cuando entré, el lugar estaba repleto de indios y hasta niños que me miraban. Contra la pared, sentado y detenido por otros hombres, me preguntaron si era él quien me había acosado y les dije que sí, mientras lloraba.
Él estaba asustadísimo y negaba conocerme. Me dijeron que la policía ya estaba en camino, y que si yo quería lo podían golpear hasta que llegarán. Yo pedí por favor que no lo lastimaran mientras me caían las lágrimas, pero no hubo caso. Lo mataron a golpes.
Yo: ¿Qué le hicieron?
Paulina: Lo pateaban en el suelo y lo destrozaron la cara. La cultura India, al ser un país tan grande, hacen justicia por mano propia, sobre todo en casos como este que están muy mal vistos. Conocí otras chicas que habían pasado por situaciones similares. No tenés idea las veces que me han manoseado.
Yo: ¿Y qué hiciste con sus tarjetas de créditos?
Paulina: ¡Las devolví!
Yo: ¡Ah bien!
Paulina, mirándome como si hubiera atentado contra la moralidad: Pero me quedé con el dinero, 500 rupias (7 dólares).
Yo: Bueno al menos tuviste un final feliz.