Un viaje de 48 horas

German Muhlenberg

Un viaje de 4 horas

Martes 18 de Agosto. Eran aproximadamente las 2pm y me encontraba en Jambi, Sumatra. Luego de un viaje de 22 horas sin parar, me bajo del colectivo, donde una moto me estaba esperando para continuar el camino. Yo no sabía quién era. El chófer del colectivo me dijo que subiera con él, me llevaría a unas combies para Sungaipenuh, mi destino final. Desorientado y sin saber qué hacer, me subí y arrancamos. El sol golpeaba mi blanca, tersa y suave piel, con un calor sofocante. El tránsito era lento a causa de un carnaval indonesio. Eran filas y filas de personas, que marchaban en grupos con distintos trajes de colores sobre la calle. Muchos me veían, y sin importar si estaban en una moto, sentados en la sombra o marchando en medio de la calle, me sonreían y gritaban: “MISTER!” para saludarme. Yo tan sólo podía responderles con una mirada y una sonrisa. Cargaba con mis dos mochilas, una por delante y otra por atrás, y me sujetaba del hombre que me llevaba. Llegamos a una especie de agencia media trucha donde podían verse algunas combies en la entrada. El motociclista, que tenía aproximadamente unos cincuenta años, me dice que lo acompañe y me lleva hasta un gordo calvo que estaba tras un escritorio al aire libre. Rodeado a él, había 5 hombres de cada lado, sumado a algunos niños y quizás alguna que otra mujer. No sabía si todas esas personas estaban con el hombre del escritorio o eran de otros negocios, pero me encontraba solo. El motociclista se puso a la izquierda del hombre del escritorio, parecía su mano derecha (o en este caso la izquierda). El gordo sacó un recibo y comenzó a exigirme que le pague el ticket de la combi hasta Sungaipenuh. Me negué a pagar lo que me exigía, y les ofrecí tres veces menos de lo que pretendían, sabía cuál era el valor del mismo. Todos reían como si exagerara. El motocicleta se impacientó, y agresivamente comenzó a señalarme el papel con el dedo indice mientras decía: “Pay now, this is the price. Pay now” (¡Paga ahora!, ese es el precio, ¡paga ahora!). Este pelotudo quién es, pensé. Me volví a negar y mantuve mi oferta. El gordo retira el papel sin ánimo a negociar. Ellos sabían que estaba perdido y desorientado. Un tercero aparece, era uno de los hombres que estaba alrededor. Me pregunta a dónde iba enfrente de los demás y le respondo, quizás podía hacerme una oferta mejor. “Oh, pero el valor que te ofrecieron ellos es bueno”, respondió este tercero. No es la primera vez que eso me pasa, usan un tercero que supuestamente es “neutral” y como juez te dice que su oferta es justa. ¡No!, volví a decir, les ofrecí un poco más como mi oferta final, pero ellos no estaban dispuesto a cambiarla. Ok, me voy entonces, dije retirándome del lugar. Comencé a caminar yéndome. Imaginaba que me iban a llamar para no perderme. Avancé unos metros, y el motociclista me llama: Come here! (¡vení acá!). Nuevamente me resulto agresiva su forma, pero volví frente al escritorio. Ok, les dije, ¿Tienen una nueva oferta? Me tenés que pagar, me dijo el motociclista riéndose, y mirando a los hombres que se encontraban a su izquierda buscando complacencia con ellos, quienes también reían. ¿Cómo? Respondí. Te traje hasta acá en moto, me tenés que pagar, volvió a decir mientras me mostraba un billete de 10.000 rupias para que le pague. Continuaba riendo nerviosamente. No te voy a pagar, yo nunca te pedí que me trajeras. Sentí un poco de miedo ante la situación de estar solo, pero aún más, mucha bronca. Me tenés que pagar, me decía mirándome a los ojos y siendo más agresivo. Mis ojos se encendieron y se abrieron más de lo normal. Ya estaba cansado de estos tipos, siempre con los mismos jueguitos. Mi rostro se transformo mientras daba un pequeño paso hacia delante invadiendo parte de su espacio personal. Mi mirada seguía fija a él: ¡No te voy a pagar nada…!
Era lunes 17 de agosto, me encontraba en Yogyakarta y venía de ver el templo Borobudur. Ya habían pasados unos días de haber sido robado mientras dormía en mi hotel, perdiendo una buena cantidad de dinero y mi máquina para cortarme el pelo. Una herida que cicatrizaba pero aún dolía, y que para manifestar mi enojo, empecé a dejar mi barba, al menos, hasta que me comprara una nueva afeitadora. Decidí ponerle fin a mí recorrido en Java, en parte porque sentía que ya había visto lo que me interesaba, y en otra parte, por el robo. Me tomé un tren a las 8:30pm, con un viaje de 7 horas, llegando a Jakarta a las 4am. Fue un viaje muy placentero, pero apenas durmiendo una hora. De Jakarta debía partir en colectivo a Merak donde podía tomar un ferry a Bandar Lampung, Sumatra. Después de preguntarle a varias personas, me dijeron que debía esperar dos horas en la estación de tren hasta que encontrara colectivos a Merak. Me quedé en un bar tomando un café hasta que transcurriera la hora, que fue cuando me anunciaron que debía tomarme otro colectivo local fuera de la estación. Fui hasta la parada donde me confirmaron que iba a conseguir colectivos y esperé unos 20 minutos sin que nada viniera. El hombre que me vendió el pasaje me llamó dejando su puesto y a su compañera. Tomó su moto y me dijo que lo acompañara. No es la primera vez que me pasa algo así, aunque aún me resulta loco. Me subí con él y me transportó. Supuse que me iba a dejar en otra parada de bus donde transitaran más colectivos. Durante el recorrido observé la ciudad de Jakarta, la cual me pareció mucho más atractiva de lo que esperaba ya que no tenía buenas referencias previas. Llegamos a una parada mucho más grande y me acompañó para abrirme la puerta y que no tuviera que volver a pagar el boleto. Intenté pagarle 10.000 rupias por su gentileza, pero las rechazó. Esperé el colectivo que me habían dicho y luego de un rato me subí a uno. Llevaba conmigo mis dos mochilas, como suelo hacerlo, una por delante y otra por atrás. Tenía puestas unas bermudas, las cuales tienen los bolsillos muy expuestos por lo que guarde mi celular y billetera en mi mochila delantera. Viaje cuidando mi mochila. Sentí unos empujones en mi mochila de atrás, la cual, no me preocupaba ya que sólo llevo ropa en ella. Observé mi mochila delantera, tenía a medio abrir el bolsillo donde puse mis cosas. Un escalofrió recorrió mi cuerpo. No entendí como hicieron eso. Rápidamente revise el bolsillo. Estaba todo. Debía ser quien me había golpeado la mochila por detrás. Me di vuelta. Había un flaco, alto y morocho. Lo mire directamente a los ojos y con mucha bronca. Su expresión era de miedo, sus ojos estaban bien abiertos y se movían nerviosamente hacia mí y hacia un punto fijo. Su frente se encontraba sudada. Yo tenía los dientes ligeramente apretados. ¡HIJO DE PUTA!, pensaba. Me llegás a robar algo y juro que te salto encima. Algo un tanto peligroso en los países asiáticos porque tengo entendido que son pueblos muy unidos cuando se ven atacados por un extranjero. Quedé enfrentado a él a un metro de distancia, ahora lo tenía vigilado. Sólo pasaron unos segundos cuando el colectivo paro y él bajo. Para mi sorpresa, yo también bajé, era la última estación. Lo perdí de vista, debía tomarme otro colectivo. Mi estado de agresividad disminuía rápidamente, no había una amenaza cerca. A cambio, comencé a sentir cierto nerviosismo por la situación, estaba vulnerable y cualquiera podía querer robarme. Incluso podía sentir cierta paranoia, ya que si me robaban nuevamente estaría jodido. Coloqué mi mano sobre el bolsillo, la situación ahora me preocupaba. Subí a mi próximo colectivo y me senté al fondo en una esquina, donde podía observar a todos. Todos ya me parecían sospechosos, y ante mi mirada todos eran iguales. Por ese momento, me sentí muy religioso.
Me bajé de ese colectivo y me subí a otro que tardó de 3 a 4 horas para hacer un viaje de unos 150km. En Medak tomé el ferry aproximadamente a la 1pm, por suerte allí casi no hubo espera. El ambiente del barco era un poco denso y yo me sentía completamente solo, no veía ni a un solo turista entre los pasajeros. Me senté en una ubicación desde donde pudiera observar la mayor parte del lugar, pero al mismo tiempo en la que no me encontrara encerrado. Estaba desconfiado, sentía muchas miradas encima. Mi paranoia aumentaba minuto a minuto, estaba a la defensiva, nadie se sentó a mi lado hasta que una familia con niños lo hizo. Eso me hizo tranquilizar, al menos estaba cerca de un grupo que parecía inofensivo. Estaba hambriento, no había comido nada y además estaba sin dormir. Tenía mi bolso más grande entre las piernas, y mi mochila pequeña por delante sujetada con mis brazos. A pesar de lo poco que había dormido, no sentía tanto sueño, porque estaba en alerta. Sorpresivamente la señora que tenía a mi lado comenzó a hablar me inglés, algo que me sorprendió mucho porque no lo esperaba en ese lugar. Durante un buen rato de la conversación, creía que era la abuela de los niños, pero resultó ser la madre. El hecho es que la mayoría de las mujeres llevan la cabeza cubierta, y no sé , me parecía de mayor. Me dijo que era maestra de inglés en primaria, aunque su inglés no era muy bueno. Le conté que mis dos abuelas fueron maestras de primaria también. La señora comenzó a darme sus galletitas y café, los cuales, gratamente acepté. Conversamos de varias cosas, me alegraba estar adentro de un grupo en ese momento, lo necesitaba. Después empezó a hacerme preguntas, preguntas que ya me han hecho otros indonesios, preguntas que apuntan al dinero. Creo que es cierto que un turista normal tiene más dinero que un indonesio promedio, pero ellos tienden a creer que todos los turistas son millonarios. Si partimos de una base, la mayoría de ellos nunca se mueven más que de una ciudad a otra, muchos ni siquiera llegan a hacer eso. Irse a otro país es un presupuesto que no pueden imaginar. Es por eso que ellos suponen que para estar de vacaciones en su país, tenés que ser millonario, sin importar que digas lo contrario. Ahora si yo fuera ellos, me preguntaría: Si él es millonario ¿Por qué se toma un transporte público como nosotros? ¿Por qué no va en su helicóptero privado? La señora me preguntó de que trabajaba anteriormente y le dije que de obrero, en construcción, aunque omití el hecho de haberlo hecho en Australia. Ella se veía muy confundida ¿Cómo era millonario si había sido obrero? Quizás era un obrero muy bueno…
Llegamos a Sumatra, a la ciudad Bandar Lampung. Eran aproximadamente las 3pm. Parecía faltar poco, pero en realidad quedaba un largo viaje. Anote a qué ciudad que quería ir, Sungaipenuh, pero erróneamente olvide anotar las ciudades de por medio. La señora me había aconsejado ir hasta Jambi, donde llegaría aproximadamente a las 9am, y de ahí podría tomar una combi hasta mi destino final. En la ciudad a la cual arribé, no había más que el puerto y la estación de colectivos, quedarme estancado ahí representaba un problema. Fui directamente a la parada de los colectivos, mucha gente que allí esperaba me preguntó a dónde iba. Les respondí que iba a Jambi, y me guiaron hasta un hombre que decían que podría llevarme. Caminé junto a él y le pregunté de cuánto era el valor del pasaje. Me tiró un precio que era cuatro veces mayor a lo que me habían dicho. Yo me frené y le dije que no. Me preguntó cuánto estaba dispuesto a pagar y respondí que ni siquiera la mitad. Insistió en que lo acompañara, pero la situación se me estaba haciendo rara. Parecía que me estaba llevando hacia afuera de la parada de bus. Comencé a negarme y sospechar, en realidad todas esas tramoyas en indonesia son muy comunes pero si no me mostraba el colectivo no iba a ir. La comunicación no era clara, él hablaba de un vehículo, y yo no sabía si hacía referencia a un auto, combi o colectivo. Insistió en que fuéramos hasta la puerta de salida porque desde ahí iba a poder verlo. Cuando nos acercábamos, había dos policías. El hombre habló con ellos y estos dos sujetos comenzaron a decirme que me sentara y esperara. Sentí miedo, en realidad casi me estaban forzando a sentarme y eran policías. El hombre que quería venderme el pasaje tomó una moto y desapareció del lugar. Me quedé con los dos policías, uno era mayor y el otro bastante joven. Se hacían los simpáticos pero no confiaba en ellos. El joven policía comenzó a pedirme fotos con él, y acepté. El policía mayor las tomaba y luego me pidió otras con él. A decir verdad es muy común que en indonesia la gente te pida fotos, pero la actitud de estos policías me parecía muy poco profesional, incluso los empezaba a ver como dos payasos. Se acercó otro hombre, preguntándome a dónde iba y le respondí. Me dijo el mismo valor que el que acaba de irse en la moto, y entonces le dije que no iba a pagar más de la mitad de lo que me pedía. Él decía que por ese valor era imposible. Le dije que entonces no. No sentí que los policías pudieran seguirme reteniendo ya que habían perdido toda la seriedad. Les dije que me iba. El joven intentó retenerme diciendo que no, pero me fui de todos modos.
Me adentré a la estación de colectivos, pero nadie iba hasta el lugar. Comenzaron a decirme distinto lugares, riendo y burlándose. Me encontraba perdido. Seguí caminando y preguntando a empleados de restaurantes que eran personas neutras, pero no sabían responderme. Se agruparon más de estos tipos que se reían a carcajadas a lo lejos por mi situación. Creo que eran todos choferes pero no estaba seguro. A la tercera vez que los escuche reírse, me paré y me los quedé mirando a cada uno por tan sólo unos segundos, sin ser prepotente sino de manera seria, a ver si eran capaces de continuar riendo. Dejaron de reír. ¡Pelotudos!, pensé. Ya no sabía qué hacer, pero era consciente que el estar metido en esta situación era culpa mía, me pasaba por pajero y no agarrar un mapa. Me di vuelta, y vi que se me acercaba el segundo hombre que me ofertó el ticket a Jambi. Comenzó a decirme que no podía dejarme al valor que le dije e intentó negociar a un precio más alto, pero le dije que no. Los que reían a la distancia, al ver que tenía otra opción, se empezaron a acercar y querer participar del diálogo. En ese momento, la situación la sentí como la del policía malo y el bueno, que es cuando a un acusado se lo somete a un interrogatorio, usan el contraste del policía malo para que el acusado sienta cierta complacencia con el policía bueno y que se habrá con él. Quería lejos a los que se burlaban anteriormente, ahora sólo me interesaba negociar con el que se acerco a mí, llegamos a un acuerdo y nos fuimos juntos.
Caminábamos hacia afuera de la terminal de colectivos, en un lugar abierto donde parecía que guardaban contenedores. Me quedé sentado con este tipo en quien realmente no confiaba, parecía que tuviera en mente que podría sacarme más dinero, y yo, por mi parte, sentía que estaba pagando demás. Pero no tenía muchas posibilidades, ni siquiera sabía la dirección en la que tenía que moverme o cuáles eran las ciudades cercanas. Miré hacia una carretera por la que iban la mayoría de los vehículos. Quizás podría irme haciendo dedo. No pasó mucho tiempo y reapareció el primer hombre que me había ofrecido el pasaje a Jambi, y que me había dejado con los dos policías esperando. Lucía enojado, como si el otro hombre le hubiera robado la venta de mi viaje. Ambos hablaron en indonesio, y el último pareció ofrecerle parte de la venta para disuadirlo. Varios policías comenzaron a acercarse. En Sumatra es aún menos común ver turistas, y parecía llamarles la atención. Eran unos cinco. Me pidieron fotos, y me quedé hablando con ellos durante unos 20 minutos o media hora. “Messi”, “Maradona”, “futbol”, era lo que solían decir, y me ofrecieron fumar varias veces a pesar de que les dije que no fumaba. Luego se fueron, y me quedé a solas con el tipo que me vendió el pasaje. Comenzó a preguntarme de qué trabajaba. Tus padres te pagan el pasaje o tenés tu propio negocio. Soy obrero, le dije, de Argentina. El tipo se vio como confundido y yo me reía por dentro. Llegó mi colectivo, eran alrededor de las 5pm. Tenía una dos o tres ventanas rotas, cuyos vidrios habían sido reemplazados por unas bolsas plásticas sujetas con unas maderas. Subí y veía un montón de ojos blancos bien abiertos que resaltaban con sus pieles oscuras. No es que quiera sonar racista, pero fue mi primera impresión, eran como ojos levitando, suspendidos en el aire de la oscuridad reinante, que me observaban. No puedo decir si me miraban bien o mal, simplemente me miraban extrañamente. Me sentí completamente fuera de lugar. El hombre que me vendió el pasaje me dijo que llegaría antes de las 3pm. ¿3pm? Pero son casi 24 hs, para hacer mil kilómetros, le dije. Me senté al fondo, y puse mi mochila en el asiento del acompañante. Me sentí estafado e indignado, estaba pagando como si fuera un colectivo de primera clase, para viajar en un bus local, y encima con unas 6 horas más de viaje. Esta vez me la habían dado, y sentí que salí perdiendo, pero no iba a permitir que volviera a suceder. Refunfuñando, pensaba: Debí haberme ido haciendo dedo. Debí haber hecho eso… Pero ahora ya está hecho y no hay vuelta atrás.
Nuevamente me preocupaba el hecho de que me robaran. Si llegaba a dejar la mochila sola, no tenía duda de que me la vaciarían. Entiendan que mi preocupación y miedo nacían en base de experiencia que me había sucedido anteriormente. Estaba hambriento, sentía que mi cinturón vacilaba más, en realidad, ya bajé varios kilos. El sueño me vencía, me dormía de a ratos aunque intentaba resistirme. Para empeorar la situación, el colectivero andaba como desquiciado, algo muy normal en indonesia. Andan a toda velocidad, tocando bocina, yendo de contra mano y pasando autos en curvas. Pero los indonesios se los ve muy acostumbrados a esa clase de maniobras, yo parecía ser el único preocupado por las habilidades automovilísticas del chofer. Excepto en una curva, donde ahí sí se sintió un pánico general, cuando sentimos que el colectivo se daría vuelta. Yo no sé si llegó a estar en dos ruedas, pero así se sintió. Tenía los pelos de punta. Probablemente deban cumplir horarios muy ajustados, porque andan como los Picapiedras, corriendo y sin frenos. El viaje fue largo, no fue placentero pero tampoco lo sufrí. A medida que fueron pasando las horas fui sintiendo más confianza con la gente que me rodeaba y durmiendo un poco más.
Se hicieron casi las 2pm, del día martes. Me dijeron que debía bajarme, sin que llegáramos a una terminal y en medio de la calle, dentro de un pueblito. Cuando bajé y estaba el motociclista esperándome para llevarme sospeché que estaba con el tipo que me vendió el pasaje en un primer momento. Y ahí estaba yo, enfrente de este motociclista que me quería hacer pagar algo que yo no consideraba justo. En realidad, la cantidad que me estaba pidiendo era menos de un dólar, pero no era lo que me importaba, sino su prepotencia y su forma. Tampoco estaba pensando en pelear, o al menos no empezarla, sino ponerle un límite. No por querer educarlo, sino porque me estaba faltando el respeto. Cuando di un paso hacia él, mantuvimos durante unos segundos la mirada. Podía ver en sus ojos cierto temor, giró y me dio la espalda mirando a los hombres que estaban a su izquierda buscando apoyo. Mire aquellos hombres, y todos se dieron vuelta. El motociclista estaba solo. Ok! Dije, entonces me voy. Comencé a caminar, no tenía idea de qué iba a hacer ahora, pero no me interesaba negociar con esos tipos. Miré hacia mi espalda, sabía que no les había gustado que me fuera, pero nadie me siguió. Entré a un restaurant, moría de hambre y ahí podía pensar tranquilo qué hacer. Pedí un plato con arroz llamado Nasi Goreng, costaba 10.000 rupias. Yo no sé si esto es normal, pero soy una persona que le gusta mucho bromear internamente, por lo que es frecuente que me ría solo sin que nadie entienda. Cuando la camarera me dijo que costaba 10000 rupias, me dije a mi mismo: Ok, el motociclista invita. Y comencé a reír. La camarera no entendía, pero no daba al caso para explicarle. Comía y tenía niños mirándome por la ventana. A medida que fui subiendo por el norte de indonesia son menos los turistas que se ven, y mayor la sorpresa de la gente al verme. Familias enteras me pidieron sacarse fotos conmigo. Terminé de comer, y decidí llegar al mi bendito destino, alguna solución tenía que haber. Le pregunté a la gente del restaurant si conocían el lugar Sungaipenuh (lugar que me costaba mucho pronunciar) y en qué dirección debía ir. Me indicaron hacia dónde ir, tomé mis dos mochilas, en las mismas posiciones que suelo ponerlas y comencé a caminar. Iba a empezar a hacer dedo.
El Calor era fuerte. Avanzaba por al lado de todas las filas de personas a causa del carnaval. Cuadras y cuadras de personas, incluso camiones transportando montones de individuos… Y todos mirándome. Comenzaban a decirme: “MISTER”, “HI”, “HELLO”, “HEY”, “MISTER I LOVE YOU”. Yo reía y los saludaba con la mano, pero no frenaba. Comenzaron a correr hacía mí y me frenaron. MYSTER, PHOTO, PHOTO, PLEASE! Y se venían de a 20 a sacarse fotos. No sólo niños, sino también adultos y ancianos. Había quienes simplemente les gustaba tocarme, otros agarrarme (y no sean mal pensados). Las motos tocaban bocina y los autos también. Jamás en mi vida tuve tanta adulación masiva. Comencé a preguntarles si iba en la dirección correcta para Sungaipenuh (lugar que seguía pronunciando mal), y me dijeron que era para el otro lado. Les agradecí, y partí para aquel lado. Un hombre me regaló una lata caliente de un jugo. Me vino bien porque también estaba deshidratado. Caminando para el otro lado, la historia se repitió, ahora hasta los camiones llenos de personas me gritaban: MISTERRRRRRR!!! Yo levantaba mi brazo para saludarlos. Y no bromeo, se escuchaba a toda la gente gritando de la emoción. Baje mi brazo y nuevamente más gente aludiendo a mi persona: MISTERRRRRRR!!! Volví a levantar mi brazo saludando y más gente que gritaba, desesperadamente. No eran decenas, eran cientos de personas, y sólo un turista perdido con sus mochilas rotas. Yo sentía como indonesia me golpeaba y después buscaba consolarme con los tratos que me daba su gente, era como una mujer golpeada. A decir verdad, no me tomaba en serio la adulación de estas personas, no como algo personal, me costaba entender que sintieran tanto frenesí por un extranjero, al menos que hubiera leído mi libro (JA JA). Pero admito que me gustaba, estaba bueno… en realidad, ¡ESTABA GENIAL!
Cuando me estaba sacando unas fotos con unas personas, uno de los autos que pasaban por allí terminó frenando cerca de mí. Ni siquiera había hecho dedo. Me acerqué y les dije hacia dónde me dirigía, el hombre felizmente se ofreció a ayudarme diciéndome que su casa estaba en camino y luego podía tomarme un vehículo que me dejara directamente en el hotel. Antes de llevarme me llevó a comer y a pasear con su esposa, hasta me presento a su familia y amigos para sacarnos fotos (algo que tampoco fue la primera vez). La verdad, y quizás suene injusto de mi parte, es que a muchos les gusta ayudarte porque de esa forma tienen parte de la atención, además, de que te usan como objeto de exhibición. Ya me pasó varias veces que me llevaron a dar una vuelta y frenaban frente a cada conocido que encontraban para que los saludara y nos sacáramos fotos. Es raro, es loco, pero esta bueno. Conoces más gente y paseas más. Así fue, que después de un viaje de una hora con él, fui llevado por una camioneta hasta Sungaipenuh. En esa camioneta el trayecto fue hermoso, pasando por caminos que bordeaban montañas y arroyos. Con un verde selva donde se veían monos en el camino. Algo muy natural y paradisíaco. Parecía de película. Yo sólo deseaba que ese pueblo al que me dirigía fuera bueno, porque la verdad es que no había visto ni una foto sino sólo leído recomendaciones de que era un lindo pueblito rodeado de montañas muy tranquilo. Y así fue, como llegué al hotel a las 9pm. Hambriento, con sueño, sucio y un leve dolor de cabeza. El pueblo estaba bueno, y fue donde escribí esta historia, donde hice el viaje más largo hasta el momento (en horas), y a pesar de ser una experiencia dura, también fue una de las más grandes para recordar.

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